Familias de incinerados lloran lágrimas de sangre, mientras Cabeza de Vaca, que presume gran seguridad en Tamaulipas, guarda silencio…

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Agencias

Rapidito bebieron café, muy temprano salieron de sus humildes casas 11 comitecos de Guatemala, besando a sus hijos, a sus esposas, a sus padres, con la ilusión de trabajar en Estados Unidos, para ganar dólares y enviárselos, pero, esos sueños el fuego los convirtió en cenizas.
Fue un 12 de enero, cuando los comitecos de San Marcos y vecinos, del Caserío Peñaflor (barrio), salieron a pie en caravana por la frontera de La Mesilla, Huehuetenango con la ciudad de Cuauhtémoc del estado de Chiapas, sin importarle el azote del Covid-19, llevando sus mochilas llenas de esperanza, relatan las afligidas familias.
La suerte les ayudó a esos 11 comitecos, porque justo en el extremo de su país ese día, salieron hondureños que también iniciaron su huida de la pobreza, que a su paso, se sumaron otros para alcanzar aproximadamente 6 mil personas, los que vimos en la televisión rompiendo los cercos de seguridad en Guatemala y México.
Por eso los 11 comitecos pasaron inadvertidos, de hecho durante su travesía a veces de mosca, abandonaban la carretera al obscurecer para dormir entre el monte, acompañados por el llanto callado y los rezos, porque en la noche la falta de visibilidad, los convertiría en víctimas.
Durante su penosa travesía por México, los comitecos se comunicaban con sus familias por raquíticos teléfonos celulares, pero el 20 de enero la suerte los abandonó, nada se supo ellos, solo el sombrío silencio. Tres días después, una de las personas que planificó el viaje, llamó a Natalia Tomás Agustín, la mamá de Iván Gudiel Pablo Tomás, para decirle llorando:
“Hay una tragedia. Mataron a sus parientes en Tamaulipas, en México” –luego colgó-.