Juan Antonio García Delgado, México, septiembre de 2025.

Luego de 300 años de genocidio y saqueo que ejercieron los colonialistas europeos, y aprovechando la ocupación de España por los ejércitos de Napoleón, estallaron las guerras por la independencia en América. Así fue como el 16 de septiembre de 1810 se registró el intento más grandioso del pueblo mexicano por darse una patria libre e independiente… Sin embargo, el rompimiento con España de concretó hasta 1821 encabezado por los mismos aristócratas, privilegiados y militares que combatieron a los insurgentes, pues estaban interesados en separarse de España para no aplicar la constitución progresista que allá se había aprobado en 1820 y que ponía en riesgo sus intereses y privilegios.

            En efecto, fueron los propios militares, clérigos, comerciantes, mineros y hacendados españoles, dirigidos por el inquisidor Matías de Monteagudo y por el militar Agustín de Iturbide, quienes conspiraron desde la iglesia de La Profesa, en el Centro de la Ciudad de México, para quitar del poder al virrey, separarse de España y pactar con los guerrilleros de Vicente Guerrero con Plan de Iguala y sus “tres garantías”, que consistieron en garantizar los fueros, privilegios y riquezas del clero, de los militares y de la vieja aristocracia española.

            La guerra popular con apoyo masivo se extendió únicamente los seis meses que van del 16 de septiembre de 1810 al 21 de marzo de 1811, pues tras una campaña exitosa que llevó al ejército insurgente hasta las puertas de la ciudad de México, decidieron retroceder y fueron derrotados en Aculco y posteriormente en Guadalajara. Apresados en el desierto de Coahuila cuando se dirigían al Norte en busca de apoyo y armas, los cuatro jefes principales, Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Jiménez, fueron tratados como “facinerosos” y ejecutados en los meses siguientes de ese año. Como escarmiento y miedo para el pueblo, sus cabezas decapitadas y colgadas en cada una de las cuatro esquinas de la alhóndiga de Granaditas, en Guanajuato, en donde los insurgentes causaron la primera derrota a los españoles.

            Hoy día se han puesto de moda los historiadores que admiran al decadente imperio español, descalificar a los jefes independentistas como asesinos y causantes del caos económico y social.  Ocultan estos intelectuales que el torbellino que acompañó a la guerra de independencia fue consecuencia inevitable del odio y la violencia con que los españoles trataron a los pueblos originarios durante 3 siglos de opresión. Sólo para darnos una idea, antes 1521 había en lo que hoy llamamos Mesoamérica unos 30 millones de habitantes, cálculo comparado de la antropóloga Eulalia Guzmán; en 1810 la población total de Nueva España era de sólo 7 millones. ¿Qué pasó con los demás? Los mataron las epidemias, las hambrunas, pero también la muerte en las minas. Se les obligó a dejar sus comunidades y se les arreó a los “pueblos de indios” alrededor de las ciudades españolas; la iglesia, el palacio de gobierno, los portales españoles para el control del comercio principal y las casas de los ricos gachupines. Ahí llegaban los mineros de Pachuca, Guanajuato, Zacatecas, etc., a solicitar mil, dos mil o seis mil “indios”. Nadie volvía a sus pueblos, las crónicas mineras cuentan como morían en las galeras de hambre y accidentes. En Las venas abiertas de América Latina, Eduardo Galeano, relata la tragedia en todo el continente y en las islas de Caribe, en donde la población nativa se extinguió con el genocidio y tuvieron que traer esclavos negros para repoblar.

            No es por el uso de la fuerza social por lo que hay que criticar a Hidalgo, sino por no haberla utilizado hasta el final, por no haberse atrevido a entrar a la ciudad de México, cuando ya habían derrotado a los relistas desde Guanajuato Valladolid hasta Toluca y La Marquesa, en el Estado de México; por no hacer cedido el mando de la guerra a los militares profesionales; por haber permitido el desorden y el saqueo descontrolado en sus filas, aun contra los ricos y hacendados criollos que eran aliados naturales por ser partidarios de la independencia, pero la desatada furia contra ellos los empujó a apoyar a los realistas. Con más decisión y con más disciplina y con más unidad de acción con todos los nacionales, la guerra hubiera sido más breve, los sacrificios menores y México habría obtenido una independencia más plena. Pero eso no ocurrió.

            El decir, el problema de Hidalgo fue su falta de estrategia adecuada. Pero ello no resta ni un ápice su calidad del jefe insurgente. La grandeza de Hidalgo es multifacética: es maestro de los pueblos originarios, conoce y habla los idiomas náhuatl, tarasco y otomí, además de castellano, latín y francés, por tanto, puede comunicarse directamente con los jefes de los pueblos; no les regaló dádivas, los enseño a trabajar. Y los pueblos aprenden a respetarlo y a venerarlo pues les aporta conocimientos para perfeccionar la producción de artesanías y cultivos que la misma España prohibía para los pueblos. Finalmente se gana la plena confianza pues, al entrar a la guerra de independencia, es despojado de las tres haciendas que había comprado durante los años que fue sacerdote y rector de la Universidad de san Nicolás de Hidalgo. Entregó todo, hasta la vida.

            ¿Qué tenía vicios, deudas y le gustaban la diversión, el vino y las mujeres?, claro pues era un ser humano sin hipocresía… y le gustaba educar a los despojados, promovía el teatro, la lectura y la música; por todo eso lo adoraba el pueblo y por eso lo siguió. Sólo poseía conocimientos y habilidades superiores, por eso es acertado el título de padre de la patria, aunque haya usado el nombre de Fernando VII para iniciar la lucha, en los hechos y con su vida, rompió con la monarquía.

            Como sabemos, tras la excomunión, tortura y el asesinato de los primeros dirigentes en manos de la Santa inquisición, ocurrió entre junio y julio de 1811, se desarrolló otro movimiento dirigido por otro genial dirigente y, este sí, gran estratega militar que superó los errores de Hidalgo: 1. Supo atraerse a los hacendados criollos a favor de la independencia, 2. organizó un ejército disciplinado y únicamente con los hombres capacitados para la lucha, 3. Convocó a un Congreso para crear los Principios o Elementos constitucionales para una nueva patria , estableciendo: “América es libre de toda nación o monarquía”, y “la soberanía dimana directamente del pueblo”.

            Pero la llamada constitución e Apatzingán nunca se aplicó, pues si bien los ejércitos insurgentes llegaron ocupar gran parte del territorio nacional, terminó cayendo en un error fatal: depositar exagerada confianza en los licenciados y la burocracia insurgente que se reunió en torno al Congreso. Y dedicar las fuerzas principales a protegerlo, descuidando la genial estrategia que le había dando tantos triunfos. Protegiendo a esa burocracia que terminaría traicionando en su mayoría al movimiento de independencia, el ejército de Morelos fue derrotado, él mismo apresado y fusilado en 1815, en Ecatepec.

            El naciente imperialismo inglés impuso su poder a través del capital financiero que hizo los primeros préstamos que endeudaron al país. En esas condiciones, ni siquiera se logró desarrollar la industria capitalista. Nació engendrando una guerra de clases pues los intereses de los conservadores que defendían el viejo orden semifeudal y clerical, chocaban con los del movimiento liberal progresista que admiraba el capitalismo norteamericano, pero sólo conformó un modelo de capitalismo agrario, latifundista, endeudado y exportador de materias primas. Y esa esa es otra historia.

             Fue hasta 1821, cuando los conspiradores de La Profesa rompieron con España para proteger sus intereses y privilegios que se veían afectados con la Constitución de Cádiz, por lo que impusieron como titular de un naciente imperio mexicano al criminal Iturbide, quien llegó a un acuerdo con las fuerzas de Vicente Guerrero y Guadalupe Victoria. Pero la punga entre conservadores y liberales engendró tal pugna por el poder entre ambiciosos jefes políticos que en los primeros 30 años de “independencia” hubo 50 presidentes, que en promedio duraron 1 año y medio en el poder. En cambio, el disciplinado capitalismo norteamericano sólo tuvo 11 presidentes entre los 58 años que van de 1789 a 1847, de Washington a Polk.

            En Europa, desde la revolución francesa de 1789, los ejércitos napoleónicos habían destrozado las últimas monarquías feudales. Pero Estados Unidos habían tenido una sangrienta pero exitosa guerra de independencia que culminó en 1776 y no encontró ninguna trava para imponer el capitalismo, que cien años después ya se había convertido en imperialismo y estaba a punto de desplazar a Inglaterra como primera potencia mundial.

            Así fue como México a penas logró su independencia respecto a España y cayó en la dependencia de Inglaterra, cuando llegaron los primeros cuervos de Norteamérica a tratar de imponer su dominio. Joel R. Poinsett llegó a México en 1822 como “ministro Plenipotenciario”, es decir ni siguiera se dignaron a nombres un embajador; el mismo año que el presidente James Monroe proclamó su doctrina de “América para los americanos” (o seas, para los norteamericanos). Y la primera tarea de Poinsett fue reclutar políticos mexicanos a la Logia masónica Yorkina, mientras que los europeos fortalecían sus propias logias. Así comenzó el servilismo político que prevalece hasta hoy día.

            El capitalismo en Europa y en Estados Unidos triunfó empujado por el capital y por la masonería que conformó clubes progresistas que legitimaron la ideología liberal capitalista y tuvieron la función de formar gobiernos afines a los intereses de las potencias dominantes; exactamente de la misma manera que hoy día juegan ese papel las llamadas Organizaciones No Gubernamentales de la “sociedad civil”, que están financiadas por las multinacionales norteamericanas o europeas para generar movimientos desestabilizadores y formar gobiernos afines a sus intereses.

            Honrar a Miguel Hidalgo, a José María Morelos y a todos los mexicanos que dieron su vida por la independencia de México, es refrendar el compromiso para luchar en nuestro tiempo por un México sin violencia, sin corrupción y sin deuda externa, es decir, con verdadera independencia económica y política, en donde seamos los mexicanos quienes decidamos el futuro de nuestro país.

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