Inicio Reportajes Aquellos años del terrible 12, cuando Matamoros vomitaba plomo
*Hace más de 65 años asesinaron a mansalva Ernesto L. Elizondo, expresidente municipal.
Alejandro Mares Berrones
La calle Quinta e Hidalgo se llenó de sangre hace más de 65 años, allí fue asesinado a mansalva Ernesto L Elizondo, ex presidente municipal de esta ciudad.
Corría el año de mil 952, 27 de mayo para ser exactos, era la época del temible 12, donde los hombres arreglaban sus diferencias con pólvora y lavaban las ofensas con sangre y las venganzas con plomo.
Ernesto L. Elizondo siendo alcalde de esta ciudad, se creó por su forma de ser enemistad con peligrosos pistoleros, a los cuales nunca les midió el peligro, aunque antes de su muerte ya le había llegado el pitazo que lo querían matar, le habían puesto precio a su cabeza 150 mil pesos de los de antes, toda una fortuna.
A Elizondo le gustaba montar a caballo y siempre andaba armado, el día que lo asesinaron los criminales se escondieron junto a la barda que separa el sitio de estacionamiento de automóviles del Drive Inn con el lote que antes estaba baldío, ubicado en las calles Quinta e Hidalgo.
Al pasar el carro en el que viajaba Ernesto L. Elizondo, las escopetas de los asesinos vomitaron plomo y fuego, acribillandolo y matando a Elizondo casi al instante, mientras que su chofer Francisco Garza Martínez resultó con un rozón en la mejilla izquierda, otro en el mentón y un balazo en él en la mano izquierda y otro en el antebrazo derecho.
Garza Martínez, milagrosamente salió con vida, pero los proyectiles destrozaron prácticamente el volante y dieron en la humanidad de Don Ernesto L. Elizondo.
José Ángel Zamarripa, quién viajaba en el asiento trasero, resultó ileso a la emboscada de la muerte.
Con esto, los asesinos demostraron que al que querían asesinar era precisamente a Elizondo, enfocaron su puntería al cuerpo y cabeza del ex presidente municipal, pegándole cinco impactos de bala, de los cuales recibió dos en la frente, dos más atrás de la oreja derecha y otro en el brazo derecho.
Elizondo, aunque armado no tuvo tiempo de repeler la agresión y Garza Martínez si alcanzó hacer dos disparos, aunque sin ver a quién, guiándose por el rumbo de los fogonazos de los fusiles, Zamarripa no disparó.
Al principio los familiares de Ernesto L. Elizondo, entre ellos sus hermanos Rogelio y Pomposo decían en aquel entonces, que había sido un crimen político, donde acusaban como autor intelectual del magnicidio a Juan B. García, para apoderarse de la presidencia municipal.
Don Ernesto L. Elizondo vivía en la calle México de la Colonia Jardín, fue sepultado en el cementerio antiguo donde descansan sus restos mortales, pero el procurador de Justicia del Estado en aquel tiempo, Licenciado Armando Mancilla Gómez, descartada la posibilidad de un móvil político, pero a su vez el Teniente Coronel Eduardo Torres de la Parra no dudaba de un crimen político.
Las investigaciones en este caso estuvieron a cargo de los licenciados y Agentes del Ministerio Público de aquella época, Jesús de León y Tomás Marín y las primeras indagatorias arrojaban como responsables materiales a los hermanos Lerma.
Más adelante se supo lo contrario, según esto era un acto de venganza ya que al iniciarse la administración elizondista, Santos Lerma dio muerte a un policía y al tratar de ser capturado fue gravemente herido a balazos por él entonces oficial de policía, Juan Cantú Quiroga muriendo en la refriega su hermano José “El Chato”.
Los lerma eran muy temidos en esa época, siempre demostraron su habilidad con las armas, los hechos ocurrieron en la antigua zona de tolerancia, habiendo participado Honorio Farías enemigo de José, que después fue establecerse a Reynosa, temeroso de ser victimado por los Lerma sobrevivientes
Posteriormente con la intervención del mismo oficial de policía, Juan Cantú Quiroga fue muerto en Valle Hermoso, Eleazar del Fierro, tanto sus familiares de este, como los hermanos Lerma señalaron como director intelectual a Ernesto L. Elizondo, en ese entonces ya presidente municipal y como autor material a su brazo derecho, Juan Cantú Quiroga.
Desde entonces los Lerma y los del Fierro, juraron matar a ambos, estos últimos quedaron enemistados a muerte con los Hermanos García Cárdenas de Valle Hermoso, quienes contaban con el respaldo de la Administración elizondista.
A raíz de la muerte de Eleazar del Fierro, fueron a establecerse a Reynosa Juan Cantú Quiroga y sus pistoleros; según los periódicos de aquellas fechas, él y otro pistolero recibieron dinero de los García Cárdenas para que asesinaran a Baldomero del Fierro.
En el atentado Del Fierro resultó herido en una pierna, a pesar de que Cantú Quiroga le disparó con una ametralladora, Baldomero se alcanzó a escapar.
Juan Cantú Quiroga e Indalecio Pizaña, recibieron – según las notas periodísticas- de los García Cárdenas un anticipo de 6 mil pesos de los de antes para matar a Baldomero del Fierro, ese asesinato que no se consumó; porque días después fue muerto Honorio Farías y el 23 de diciembre de 1951 fue ejecutado Cantú Quiroga en el antiguo campo de aviación…
Su muerte le fue causada con un fusil calibre 12, en una emboscada muy parecida a la tendida a Ernesto L. Elizondo.
Por la muerte de Ernesto L. Elizondo, estuvieron detenidos Salvador Murillo, José Rosas, Mónico Gutiérrez, alias “El Pato”, así como Antonio Salinas, Dionisio Blanco, Eluterio Caballero, Rodolfo Pérez Cárdenas, Gilberto del Fierro y Gilberto Lerma, este último tío de Manuel Cavazos Lerma ex gobernador de Tamaulipas y quien pasó varios años en la cárcel, después cuando su sobrino fue gobernante del estado, lo convirtió en Supervisor General de los Ceresos.
También estuvieron involucrados en el asesinato de Ernesto L. Elizondo, Sigifredo Garza en aquel entonces comandante de policía; Santos López, subcomandante de policía; Jorge Guadalupe Garza, jefe de las Comisiones de Seguridad y algunos de los ya mencionados fueron procesados por el delito de homicidio, como el caso de Gilberto Lerma.
La noche del crimen del criminal atentado, Sigifredo Garza y Jorge Guadalupe Garza, iban de avanzada, adelante el carro donde precisamente viajaba Ernesto L. Elizondo y al pasar por donde estaban los matones, se quitaron el sombrero como señal de que atrás venía su víctima.
Así termina esta historia, así la escribieron en aquella época.