Juan N. Guerra apoyó a Fidel Castro para comprar armas

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*Operación Matamoros

*Un libro del cronista de Ciudad Victoria, Vidal Cobián Martínez, narra de manera novelada, lo que el líder cubano pasó en esta ciudad fronteriza de Matamoros, para gestar la revolución Cubana, el historiador Andrés Cuellar Cuellar narra la historia.     

Staff Periódico El Norteño

Desde Tampico hasta Ciudad Mier, sin dejar fuera a Matamoros, los pasos de Fidel Castro y sus guerrilleros conmocionaron a muchos, entre ellos al historiador Andrés Cuellar Cuellar. Muerto el líder de una de las  revoluciones más importante de Latinoamérica, las historias se “desgranan” una  a una.
Según las anécdotas que se conocen en la ciudad, Fidel Castro comenzó con el embarque de armas desde esta ciudad fronteriza de Matamoros, a través de contrabandistas que no estaban bajo el control del “mandamás” de la ciudad… don Juan N. Guerra.
–“Señor, señor, dicen que anda un grupo de cubanos comprando armas al otro lado, y las están pasando por aquí”—le dijo un propio a Juan N. Guerra, en la mesa principal del restaurante Piedras Negras, en pleno corazón de la ciudad; en aquellos años cuando el Piedras Negras “escupía plomo”…
–“Mira,  vete a ver quiénes son y me traes a ese tal Fidel”– le respondió don Juan.
Fidel Castro llegó escoltado por su hermano Raúl y por sus principales colaboradores, Camilo Cienfuegos y Ernesto Guevara de la Serna, mejor conocido como el Che Guevara… era de tarde, cenaron, tomaron, platicaron, y de allí surgió una larga amistad que le permitió al entonces comandante Fidel, poder pasar las armas que necesitaba para derrocar al entonces dictador cubano Fulgencio Bautista.
En otra ocasión, según se conoce, un periodista de Matamoros fue  a Cuba, recién había ganado la revolución.
–“Comandante, muchas felicidades, yo vengo de Matamoros, Tamaulipas. Lo manda saludar don Juan N. Guerra”.
El líder revolucionario se le quedó viendo fijo a los ojos:
–“Y qué me dices, cómo esta mi amigo don Juan…dale un salud y recuérdale que a Matamoros lo llevo en el corazón”—le respondió Fidel Castro y a partir de ese encuentro, los gastos del turista corrieron a cargo del líder revolucionario.    

Operación Matamoros  

Con taza de té, por medio, Andrés Cuellar Cuellar, se acomoda en su silla y empieza con la entrevista.
“Por razón natural, Matamoros tiene una ubicación estratégica de gran importancia internacional, es la ciudad más cercana a Washington, Otahoa, Guatemala, de manera que si tu armas una revolución, pues no tienen que comprar flores… hay que comprar armas”.
Estados Unidos siempre ha sido el que vende las armas, pero el problema era pasarlas, pero en aquellos años (1958)  teníamos en aquellos años a Juna N. Guerra que era experto en pasar lo que fuera.
“Entonces se dice que él fue quien les prestó ese servicio, al igual que otras personas que no son muy conocidas, porque trabajaban al margen de don Juan… a mí me da la impresión que actuaban sin la autorización de don Juan, que al igual que Agapito González eran personas muy influyentes en esta ciudad…que la caciqueaban pues”.
El porqué del contrabando de armas por nuestra ciudad, para Andrés Cuellar está muy claro y lógico: 
“El rancho donde estos guerrilleros se entrenaban estaba en Abasolo, de manera que es lógico usar esta frontera más que Mier, porque por cuestiones geográficas, no es lo mismo tratar de trasladar armas desde Mier a esa ciudad, que hacerlo desde Matamoros, que está más directo”.
“Hay un detalle que no se ha mencionado, que en mil 958 detuvieron en Brownsville a unos cubanos, partidarios de Fidel Castro… yo quería ir a verlos, entrevistarlos, pero una amiga de mi padre, doña Elicia Palmer eterna trabajadora de los cónsul de los Estados Unidos, lo convenció de que no me dejara ir”.
“Hablamos que en aquel entonces la simpatía de Fidel Castro, era enorme. A mí me hubiera gustado mucho entrevistarlos, pero no se pudo…de aquellos días recuerdo que se decía que era un grupo muy compacto, que tenían su propia jerarquía”.
“Eran unas 5 personas que cada quien hacía su función, se dice que ya en la cárcel se pusieron en huelga de hambre para obligar a Estados Unidos a realizar un embargo de armas, que solo  encarecía, no lo acababas, pero es como la prostitución, sigue, pero más caro”.
Todos esos acontecimientos, inspiraron a Vidal Cobián Martínez, periodista, que después fue cronista de ciudad Victoria, a escribir la novela  Operación Matamoros, que trata de cómo se compraron las armas aquí en Matamoros para Fidel Castro.
“Como todas novelas se trata de hechos ficticios, pero basados en hechos que si no fueron… pudieron ser”, remata el historiador.

“Operación Matamoros”

Fragmento del libro de Vidal Covián Martínez

…»Somos cubanos, señor Rojas (Suponemos que este personaje Rojas se trata de don Juan N. Guerra) Como usted sabe, hemos iniciado en nuestra isla una insurrección contra el régimen de Batista. Nos hacen falta muchas armas pero no podemos comprarlas en ningún país de América. Carecemos de dinero suficiente para adquirirlas y no hemos aceptado… los ofrecimientos de los comunistas de todo el mundo que nos han prometido amplio auxilio y hasta la intervención de la Unión Soviética. Precisamente, queremos evitar que nuestro país sea invadido par los Estados Unidos, nación que lo haría gustosa con el pretexto de sofocar una agresión comunista. Somos nacionalistas ciento por ciento, cubanos que queremos a Cuba por sobre todas las cosas y que luchamos por verla gobernada por hombres amantes de la libertad y respetuosos de la vida humana”.
El extranjero había hablado precipitadamente, tomando en algunos pasajes de su discurso el acento antillano. Hizo una pausa, encendió un cigarrillo y luego de paladear la primera fumada y mirar pensativamente la brasa, continuó:
«El gobierno de Batista ha comprado y enviara secretamente armas norteamericanas para sofocar la rebelión. El embarque que debería hacerse por Miami, se verificará por Brownsville, precisamente para evitar que nuestros espías lo sepan. Lo hemos  descubierto a través de una red de espionaje que funciona en los Estados Unidos. Trataremos de pasarlo a suelo mexicano por el Río Bravo y trasladarlo inmediatamente por aire a la Sierra Maestra, cuartel general de nuestras fuerzas».
Chupó con fruición su cigarrillo, lanzó una bocanada de humo con fuerza y se concentró. Tras unos  segundos volviéndose hacia Rojas, le clavó su fea mirada, y lentamente -como lo había venido haciendo — dijo sentenciosamente: -Aquí es donde entra usted. . .
Rojas se enderezó de un brinco y grito:
-¡COMO! ¿Qué papel voy a desempeñar yo en esa conjura?
Esa protesta se la había pedido su dignidad de hombre honrado y su alto sentido del deber patriótico, pero considero que era su obligación conocer todo lo que se pudiera de ese complot. Volvió a su asiento y espero a que el cubano continuara su discurso.
«Su tía Genoveva, -siguió este–, lo ha nombrado a usted heredero universal de sus bienes. Entre éstos se cuenta el rancho «El Zacatal» (se supone que es el rancho El Taguachal, propiedad de don J. N. Guerra y que se encuentra pegado al río bravo), que da al Río Bravo, precisamente frente a la granja “white sands”, propiedad de uno de nuestros conjurados. El proyecto es pasar el armamento a terrenos de “El Zacatal” sobre un paso de portones que los ingenieros rebeldes  han construido y tienen ya listo para instalarlo. Este puente fraccionado  fue hecho en el rancho de un amigo nuestro en Soto la Marina, o mejor dicho, en Las Adjuntas, zona boscosa donde se reúnen los ríos Guayalejo y Corona. Se halla empacado ya en cuatro camiones escondidos en la comarca algodonera. Las cajas vienen dirigidas a la compañía que construye el aeropuerto de Matamoros.
«Todo ha sido coordinado, – continuo Domínguez. Cuatro aviones C-46 aterrizarán en el aeropuerto del rancho de un destacado político mexicano amigo del Dr. Fidel Castro Ruz, jefe de la rebelión. Allí serán cargados con el armamento; las naves aéreas lo llevaran a donde los patriotas cubanos tanto lo necesitamos: la Sierra Maestra».
Domínguez tragó saliva. Rojas, incrédulo, apenas se daba cuenta de que estaba, por decirlo así, casi al frente de un complot internacional bien organizado, en la realización del cual él  era el punto clave, al menos por lo que Domínguez le había contado hasta entonces.
¡No!, no debía aceptar su papel en la conspiración. Denunciaría el complot. Aunque la dictadura de Batista, y las de otros  sátrapas, le era odiosa, no era lícito que participara de modo tan activo en favor de los alzados. “He sido un rebelde toda mi vida, -se decía-, y me hubiera gustado ayudar a aplastar a Batista porque éste ha tratado de sofocar la rebelión popular a sangre y fuego; enlutando miles de hogares, poniendo en peligro las libertades ciudadanas, escarneciendo la democracia en cuyo nombre ha mandado matar tanta gente.
        _ “He odiado a Batista como odiaré a Trujillo, a los somozas, a todos los tiranos, Y ¡cómo son las cosas! Ahora que puedo ayudar a derrocar a un canalla de éstos no debo aceptar mi participación por no poner en entredicho al gobierno de México»…
Y esto no es el final del libro, ojalá el periodista que fue a Cuba nos diera una entrevista, para contar su historia, por lo pronto esta se las dedicamos con cariño a todos los que amamos “la revolución”.