Agencias
CIUDAD DE MÉXICO — De lunes a viernes a las 7 de la mañana, desde el inicio de su mandato, el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, da una conferencia de prensa, conocida como la Mañanera, para hablar de temas de interés en su gobierno y responder a preguntas de periodistas. Y, cuando un presidente habla, a los periodistas nos toca cuestionar lo que dice. Así es el periodismo y así es la democracia.
López Obrador es un presidente elegido legítimamente por más de 30 millones de votantes y, al contrario de lo que han sugerido algunas figuras que piden su renuncia, deberá gobernar todos los días de su sexenio. (Para nuestra tranquilidad, ya ha dicho que entregará el poder al final de su término, como dice la ley, en 2024). Pero el hecho de que sea el presidente legítimo no implica que sea un líder efectivo, que lo haga todo bien y que los ciudadanos y periodistas no le podamos pedir información y hacerle preguntas incómodas.
En teoría, esa es la idea detrás de la Mañanera: un espacio de escrutinio y discusión abierta y sin censura, que ningún presidente mexicano había promovido. Esa intención es celebrable. Pero para funcionar con ese propósito, la Mañanera no debe desvirtuarse. Para que sirva como un verdadero ejercicio democrático de transparencia y rendición de cuentas, el presidente debe apoyarse en datos (incluso los de su propio gobierno), debe entender la labor de la prensa y evitar usar esa plataforma para hacer propaganda o señalar a opositores. Si no lo hace, el sentido de las Mañaneras se puede perder. Y sería una lástima.
Debo decir que no soy de los que creen que la democracia en México está en peligro con López Obrador. Al contrario, creo que ahora hay voces e instituciones que no permitirían un regreso al sistema autoritario que sufrimos de 1929 a 2000. Pero para que la democracia esté viva hay que cuestionar al jefe de Estado y a todos aquellos que tienen poder.
Y la Mañanera debería ser el lugar natural en donde eso suceda. Ojalá que el presidente lo entienda.
La principal función social del periodista —además de reportar la realidad de manera justa y fidedigna— es cuestionar a los poderosos. Por eso cuando participé en la Mañanera del lunes de esta semana le dije al presidente que la labor de los reporteros era ser contrapoder. Y que eso significaba cuestionarlo a él como lo hicimos con los presidentes anteriores. No sé si le gustó lo que le dije, pero me dio la palabra abiertamente y pude preguntar con absoluta libertad.
López Obrador, al estar tan expuesto a los medios —ha realizado más de 600 conferencias de prensa en menos de 3 años— sus palabras se reproducen mucho más que las de otros presidentes. En comparación, su antecesor, el expresidente Enrique Peña Nieto, dio pocas conferencias de prensa durante su gobierno, muy controladas y por momentos incómodas. AMLO, en cambio, ha dado mucho más acceso a la prensa y eso es muy positivo.
El problema es que López Obrador sigue la tradición del viejo presidencialismo mexicano y también utiliza las Mañaneras para imponer su agenda a los medios, hacer propaganda oficial, denostar a sus críticos, hostigar a la prensa independiente (recientemente inauguró el segmento semanal “Quién es quién en las mentiras” para señalar a la “prensa más injusta, la más distante, la más lejana al pueblo”) y para apabullar las ideas que no coinciden con las suyas. Además, es muy popular —mantiene un 58 por ciento de aprobación—. No existe un solo líder de la oposición en México que tenga esa misma presencia mediática. Tiene un estilo muy peculiar de gobernar —haciendo constantes referencias históricas— y es el eje central de la política mexicana.
Ante eso, los periodistas solo debemos tener una respuesta: más periodismo.
Hay que revisar todos los datos que da —AMLO suele tener “otros datos” cuando no le gusta lo que oye— y cuestionar a fondo sus políticas y proyectos, como la controversial creación del Tren Maya, la construcción del nuevo aeropuerto en una zona poco apropiada, la dependencia de las anticuadas industrias eléctrica y petrolera y su cuestionable estrategia de seguridad para combatir la violencia.
Hasta ahora, su gobierno ha sido poco claro en esos puntos cruciales y no se han aprovechado las Mañaneras para esclarecer los vacíos de información. Quizás tampoco los periodistas hemos aprovechado lo suficiente ese espacio.
Con la violencia y la terrible cantidad de muertos desde que es presidente —por el crimen y la pandemia— ha sido especialmente opaco. Y eso le fui a preguntar en la conferencia de prensa, igual que lo hice en 2019 y 2020.
El gobierno de López Obrador está en camino a convertirse en el más violento de la historia moderna de México, con más de 86.000 homicidios dolosos desde que llegó a la presidencia. Estas son cifras oficiales y no hay resultados. Fuera de la burbuja del Palacio Nacional no existe la “paz” y “tranquilidad” que pregona. Están asesinando a alrededor de 100 mexicanos al día. Esto es un fracaso de su política de “abrazos, no balazos”. En diciembre de 2018 (su primer mes como presidente) hubo 2892 homicidios dolosos y en mayo de 2021 hubo 2963. “No hay cambio”, le dije en la Mañanera.
Pero él insistió en que ha habido avances. “Ya no hay masacres en el país”, me aseguró. Pero le recordé de las matanzas recientes en Zacatecas y en Aguililla. “Esos son enfrentamientos entre bandas”, replicó, “pero no es el Estado, que antes era el principal violador de los derechos humanos”.
Tampoco nos pusimos de acuerdo sobre el mal manejo de la pandemia. México es el cuarto país del mundo con más muertos por el coronavirus, a pesar de ser el décimo con más población.
Cifras del gobierno indican que poco más de 229.000 personas han muerto por el coronavirus en el país. Pero las muertes excesivas asociadas a la covid son más de 351.000, también según números de su gobierno. ¿Cómo se puede decir que “vamos bien”, cuando hay tantos muertos? Para responder, AMLO dijo que yo estaba desinformado, a pesar de que le cité los datos de su propia página gubernamental. Y luego me presentó una gráfica de la Universidad Johns Hopkins en la que México aparecía en ese momento en el lugar 19 del mundo por muertes de covid divididas por millón de habitantes.
La prestigiosa Universidad Johns Hopkins es una fuente de información confiable, pero la gráfica destacada por el presidente no cuenta las muertes en exceso contabilizadas por el gobierno y la lista no se refería al número total de muertes (en donde México lamentablemente ocupa el cuarto lugar mundial) sino al índice de mortalidad por población. Más allá de las distintas estadísticas y metodologías, si algo es indudable es que México ha tenido demasiadas muertes y el presidente debe asumir su responsabilidad.
A pesar de que no coincidimos en muchas cosas, agradezco genuinamente la oportunidad de debatir y dialogar con el presidente de manera directa. Es difícil encontrar otro país en el mundo donde haya un ejercicio así. Y debemos aplaudir que ese espacio continúe, pero de la manera en la que sea de verdad un lugar de información veraz y no uno para avanzar intereses políticos ni atacar a críticos o periodistas.
Los reporteros podemos y debemos usar ese espacio para hacer nuestras preguntas. Y el presidente, en lugar de limitarse a “otros datos”, debería aceptar el cuestionamiento de la prensa en lugar de atacarla.
Yo le haría una propuesta al presidente: eliminar de la Mañanera su segmento de ataques a la prensa y abrirse a la posibilidad de dar entrevistas a periodistas independientes y no vinculados a su movimiento político. La entrevista es un formato donde él no controlaría el micrófono y donde, creo, habría un intercambio más natural de información e ideas.
Los periodistas le hemos cedido el espacio de la Mañanera al presidente y debemos recuperarlo. Yo ya he ido tres veces y espero regresar pronto.
Jorge Ramos (@jorgeramosnews) es periodista y conduce los programas Noticiero Univisión y Al punto. Su libro más reciente es 17 minutos: Entrevista con el dictador, sobre su encuentro con Nicolás Maduro en Venezuela.