Agencias
El homicidio del general iraní Qasem Suleimani, ocurrido el jueves dos en Bagdad, ordenado por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, podría causar una confrontación militar regional como no se ha visto desde la Segunda Guerra Mundial.
Comandante de la Fuerza Quds de los Guardianes de la Revolución –designado por Washington como grupo terrorista–, el general asesinado es la figura sin la cual no se puede entender la configuración actual de Oriente Medio.Desde la perspectiva del régimen iraní, sus aliados y sus simpatizantes, el general Qasem Suleimani era un auténtico héroe revolucionario, el que más hizo para sostener la resistencia de su pueblo y la de otros de la zona ante la permanente intervención de Estados Unidos y Gran Bretaña, y ante la agresión de sus enemigos árabes sunitas.Natural que en Washington y Londres tengan la visión opuesta, para ellos Suleimani era el gran titiritero de todo tipo de grupos terroristas que infligieron derrotas y grandes pérdidas a sus tropas.
Y si no fue el arquitecto, sí fue el ingeniero constructor militar de lo que se conoce como la “Luna creciente chiita”: un arco de influencia iraní que corre de Teherán, en el Mar Caspio, hasta la capital libanesa, Beirut, en el Mediterráneo, pasando por la iraquí Bagdad y la siria Damasco, presionando en el Golfo Pérsico e incluso extendiéndose hasta Saná, capital yemenita en la confluencia de los mares Índico y Rojo.Sin duda, el general fue popular entre los grandes sectores de la población de la secta chiita del Islam, especialmente en Siria donde fue inmensa e indispensable su contribución para que el gobierno del presidente Bashar al Assad haya revertido la tendencia de la guerra civil y llegado hasta el punto donde está ahora, cerca de ganarla. Sólo algunos sectores chiitas y los fieles de la secta sunita lo consideraban un enemigo.
Suleimani también fue visto como un adversario por los movimientos civiles que se levantaron en Irán, Irak y Líbano en el segundo semestre de 2019 –a la par de los movimientos en Chile y Hong Kong– y que fueron reprimidos por las milicias vinculadas a él con un saldo de al menos dos mil muertos: mil 500 iraníes, 511 iraquíes y siete libaneses.Comandante de la Fuerza Quds de los Guardianes de la Revolución, el general es la figura sin la cual no se puede entender la configuración actual de Oriente Medio.
Una vez que George W. Bush, Dick Cheney y Donald Rumsfeld abrieron la caja de Pandora en 2003 al invadir Irak, para darle inicio a lo que llamaron “el nuevo siglo americano”, Suleimani supo ver y aprovechar para Irán los espacios que dejaron al descubierto, enredando a las potencias occidentales en una guerra sin fin.Génesis del conflicto
El asesinato de Suleimani por ataque de dron el jueves 2 fue ordenado por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien hasta hace poco no sabía de la existencia del general iraní ni entendía cuál era su peso en la región, despertando la amenaza de una escalada sin control que podría provocar una confrontación militar regional como no se ha visto desde la Segunda Guerra Mundial.El 3 de septiembre de 2015, Hugh Hewitt, una de las estrellas de la radio de derecha en Estados Unidos, entrevistó al aspirante presidencial Donald Trump sobre política exterior:
–¿Está familiarizado con el general Suleimani?
– Sí…
–Él maneja la Fuerza Quds.
–Ah, sí. Yo creo que los kurdos, por cierto, han sido horriblemente maltratados por nosotros.
–¡No! ¡No los kurdos!
La Fuerza Quds, la Fuerza Quds de los Guardianes de la Revolución iraníes.
Los chicos malos.–Ah, sí.–¿Usted espera que su comportamiento (el de Suleimani) cambie?–Pensé que habías dicho kurdos, kurdos. Perdón, pensé que habías dicho kurdos…
–No, no. Quds. Quds.
–Es que yo creo que los kurdos han sido muy maltratados por nosotros…La génesis de esta nueva crisis entre Estados Unidos e Irán aparentemente se encuentra en diversos incidentes ocurridos durante el fin de año: primero, la muerte de un contratista estadunidense ocurrida el 27 de diciembre último en Kirkuk, Irak; después, el bombardeo contra un campamento de la milicia proiraní Katab’i Hezbollah el día 29, con un saldo de 25 muertos, seguida de la toma momentánea de la embajada de EU en Bagdad, el 31 de diciembre, que fue sorprendente y alarmante, pero calculada porque nadie murió.Sin embargo, los roces entre ambas naciones se intensificaron desde el 14 de septiembre último: el régimen iraní le dio una tremenda bofetada pública al gobierno de Donald Trump.
Luego de que el mandatario estadunidense amenazó con destruirlos, los iraníes atacaron el mayor complejo petrolero del mundo que se encuentra en Arabia Saudita, exhibiendo su vulnerabilidad y poniendo en shock los mercados energéticos globales, con alzas de hasta 8% en los precios de los hidrocarburos.
Acostumbrado a imponer la última palabra, en esa ocasión Donald Trump tuvo que morderse la lengua y esperar… Pero en cuanto tuvo una oportunidad el estadunidense golpeó profundamente y donde más le duele a los iraníes.
El problema que puede atizar el conflicto es que los líderes de la República Islámica siguen la misma doctrina que Israel: “Para que te respeten debes infundir miedo y para infundir miedo cada represalia tuya tiene que ser mucho más dañina que el dolor que te hayan causado”.
En ese contexto, el viernes 3 subió el precio del petróleo 4%. Se trata de una primera reacción ante un escenario imprevisible: el mundo queda a la espera de la venganza.Siria, la crisis de todosLa presidencia de George W. Bush dio un giro dramático tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington.
Hasta entonces, el ánimo de los estadunidenses, reacios a involucrarse en conflictos que causen muertes de sus soldados y enormes gastos, había limitado las posibilidades de aprovechar la condición de potencia mundial única adquirida diez años antes con el colapso de la Unión Soviética.El deseo de venganza justificado por las víctimas debería eliminar la autocontención, pensaron los neoconservadores, y permitirles no sólo hacer polvo a Al Qaida y a los talibanes que les daban refugio en Afganistán, sino redibujar Medio Oriente a conveniencia del “nuevo siglo americano”.
Desde la revolución de 1979 Irán se encontraba aislado.
Entre 1980 y 1988 sostuvo una sangrienta guerra con el Irak de Sadam Huséin.En 2003, Bush ordenó la invasión de Irak y le hizo el favor a Irán de eliminar a Huséin, su gran enemigo, con todo su régimen formado por líderes de la minoría sunita.
El advenimiento de la “democracia” significó que la mayoría chiita ganó el poder político, aunque con dificultades por sus divisiones internas.
El líder supremo iraní, el ayatolá Alí Jamenei, tiene rivalidades con su par iraquí, el ayatolá Alí Sistani. Irán ganó influencia porque Qasem Suleimani entró de inmediato con su Fuerza Quds para formar potentes milicias locales afines.
La paradoja fue que la resistencia sunita, en principio liderada por antiguos colaboradores de Sadam Huséin, pero pronto cooptada por yijadistas (primero Al Qaida y luego la organización Estado Islámico), fue combatida y aplastada varias veces con el poder aéreo y terrestre del ejército estadunidense. Washington le ha estado haciendo el trabajo a Irán mientras las milicias chiitas de Suleimani consolidaban su poder aterrorizando a los civiles sunitas y chiitas opositores.
Mientras tanto, en el Mediterráneo, el partido/milicia Hezbollah desplazó a otras organizaciones, como el partido Amal, para erigirse como la fuerza política más importante de Líbano, capaz de confrontar a Israel y resistir su invasión en 2006, con enormes costos para la población civil.Hezbollah es afín a Teherán y lo utiliza para mantener la presión sobre sus enemigos israelíes, pero siempre tuvo problemas para hacerle llegar armamento y otros suministros, lo que sólo podía hacer solicitando permiso y apoyo del gobierno sirio.
Aunque el presidente Assad y su cúpula pertenecen a una minoría religiosa, la secta alauí, que a su vez es considerada parte de la secta chiita, se trataba de un régimen laico creado por la poderosa corriente del nacionalismo árabe de los 50 y 60, por lo que el argumento de la identidad religiosa era irrelevante para ponerlo en la órbita iraní.
La guerra civil que inició en 2011 cambió la relación entre Damasco y la República Islámica. Sin embargo, el ejército sirio perdió rápidamente grandes territorios frente a una variedad de grupos guerrilleros apoyados por enemigos (Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Estados Unidos) y rivales (Turquía, Catar) tradicionales de Irán.
El factor que invirtió el rumbo de la guerra fue la intervención de Rusia y su aviación en favor de Assad.Pero antes de eso, quien entró a impedir el colapso del gobierno y le permitió sostenerse fue el general Qasem Suleimani con su Fuerza Quds.
El grave problema de Assad era que sus alauíes son una minoría.
Ellos conformaban la oficialidad del ejército, pero la tropa estaba formada por miembros de la mayoría sunita que con frecuencia desertaban o de plano se pasaban al bando enemigo.El gobierno tenía superioridad en armamento, pero sufría una aguda falta de personal porque el que tenía no lo podía emplear y debía calcular muy bien cada movimiento para no poner a sus batallones cerca de donde pudieran desintegrarlos.
Suleimani se encargó de formar milicias chiitas con combatientes sirios, iraníes, iraquíes y libaneses, además de traer pelotones de Hezbollah fogueados en combate contra Israel: proveyó los recursos humanos experimentados, leales y motivados que a Assad le urgían desesperadamente. Una vez que llegaron los rusos, el aporte de la fuerza creada por el general iraní ha sido principalmente capturar territorios y mantenerlos bajo control.De esa manera, Assad quedó en deuda con Teherán que ahora no sólo ha logrado establecer una ruta continua hasta el Mediterráneo, lo que llaman la “Luna creciente chiita”, sino que ha establecido bases militares propias casi en la frontera con Israel.
En ese contexto, el gobierno de Binyamin Netanyahu ya no se toma el trabajo de ocultar sus ataques aéreos sobre territorio sirio contra posiciones iraníes, violando leyes internacionales. Tampoco ha podido eliminarlas ni interrumpir el transporte de armamento hacia Líbano.Indignación chiita
El gobierno de un país soberano puede pedir la ayuda militar de otras naciones.
Esa es la justificación de la intervención de Irán y Rusia en Siria. Por el contrario, la injerencia de Estados Unidos, Gran Bretaña y Turquía necesitaba la solicitud del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas, pero no ocurrió.
De manera similar, la presencia de cinco mil soldados estadunidenses en Irak (el viernes 3 el gobierno de Trump anunció el despliegue de tres mil más) es legal sólo porque el gobierno local lo permite, pues se supone que su objetivo es ayudar a estabilizar al país.No obstante, parece que todo está por cambiar.
El jueves 2 los legisladores iraquíes aprobaron la renuncia del primer ministro Abdul Mahdi (afín a Suleimani), quien la presentó a causa de la matanza de medio centenar de manifestantes una semana antes en Bagdad y en las ciudades de Nasiriya y Nayaf.
Aún no se producía el asesinato de Suleimani que causó la indignación de las facciones chiitas.Sin embargo, aunque estén divididos entre sí, los chiitas ahora se muestran unidos para castigar a Washington.
“Llamamos a las fuerzas nacionales a unirse para expulsar a las tropas extranjeras cuya presencia en Irak ya no tiene sentido”, declaró Hadi al Amiri, jefe del segundo bloque legislativo.De resolver el parlamento iraquí contra las tropas estadunidenses, Washington tendrá que decidir si se convierte en una fuerza ocupante contra la voluntad del gobierno local o si se resigna a salir humillado de la nación que hace 17 años fue a liberar entregándola a Irán.
Dicho escenario sería sólo la primera consecuencia de la orden de Trump de matar a una figura de primer nivel como Suleimani.
La pregunta es ¿qué respuesta dará Teherán? ¿Proseguirá la escalada? Y si eso ocurre, ¿Trump querrá devolver el bofetón que recibió en septiembre llevando las cosas más lejos?